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viernes, 17 de octubre de 2008

Doña Miel (Parte II)

(Perdonen por el atraso... :D)

Doña Miel (Parte 2)
De nada sirvieron los consuelos de la pequeña Graciela. Belén sabía bien que el suelo frágil por el que habían caminado todo ese tiempo se había trizado y amenazaba con romperse en cualquier momento lanzando a las tres mujeres de la casa a un abismo lleno de hidras.
Belén lloró un poco un poco y a fin el sueño la venció. Al otro día se levantó muy despacio, sin hacer ningún ruido, para que su hermanita pequeña no la siguiera. Aunque de nada sirvieron todos los cuidados de Belén, mientras se concentraba en medir cada uno de sus pasos una de las tablas crujió de forma escandalosa, y en menos de dos segundos la pequeña Graciela ya se había incorporado a la inexplicable fuga de su hermana.
-¿A dónde vas hermana?
-Voy a ver a mamá- dijo Belén.
-¿Y para qué? ¿Todavía sigue jugando?
-¡No seas tonta! ¿Acaso no comprendes lo que pasó anoche?
-ehhh...¿Acaso crees que no sé nada por ser tan pequeña? No hace falta ser una genio para saber que la mamá y el papá estaban jugando a los vaqueros...
Belén la miró con esos ojos irónicos que eran lo que más recalcaba en su rostro de infante asustada. Siguieron caminando, aunque sin tantos cuidados. Entonces vieron a mamá estaba recogiendo los pedazos de plato que se habían desparramado por el suelo de forma grotesca. Apenas las vió, María desvió su vista para que las niñas no vieran las marcas de los golpes. Belén se acercó a su mamá y la ayudó a recoger los pedazos de vidrio. En ese momento María percibió que la niña había comprendido todo ese desparramo de vidrios, después de todo la chica no era tonta, y además con diez años de vida a cuestas cualquiera se da cuenta de una escena tan violenta como la que oyó Belén la noche anterior. En ese preciso instante las dos mujeres se hicieron cómplices, y así sería por varios años. En silencio ambas prometieron callar cada una de las heridas y las penas que estaban por venir, y al igual que esos pedazos de plato, ellas recogerían calladas todos los pedazos de vida que se les desmoronaban. Si estaban juntas no importaba nada, incluso si una de ellas moría, nunca saldría la historia fuera de esas cuatro paredes.
Graciela mientras tanto se paseaba por el antejardín cuando de pronto divisó en la casa de en frente a una señora estucada como una obra del barroco. La mujer fumaba con aires de elegancia, mientras el lapiz labial permanecía firme en sus labios escarlata y su lunar resplandecía con el sol tal como lo había hecho hace cuarenta años en los escenarios más bohemios de la capital. Era Doña Miel, la cabrona más famosa de todas, y estaba frente a la dulce Graciela que avanzaba lentamente como atontada por los perfumes de Doña Miel. Graciela se acercó aún más, algo en el rostro de esa mujer le llamaba la atención, le era familiar, muy conocido. Entonces la pequeña le dijo a la mujer:
-¿Abuelita, eres tú?
La cabrona soltó una carcajada de contralto con la pequeña y le contestó:
-No pequeñita, ¿Por qué? ¿Quieres que lo sea?

1 comentario:

Laura dijo...

Algo inesperado.
Me encanta la forma en que retratas los sentimientos de tus personajes.

cuidate! suerte!